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DESCRESTAR NO NECESARIAMENTE ES INNOVAR

Writer's picture: Jonathan CrowJonathan Crow

Hace unos quince años se hizo súper popular en Colombia el primer capítulo de El Dilema del Innovador, un librazo que lanzó Clayton Christensen a finales de los 90 y que ayudó a que el término “disrupción” empezara a hacer parte del argot empresarial. Recuerdo que en esa época en la mayoría de eventos y sesiones de innovación había por lo menos una referencia a la Ley de Moore y a las tecnologías de almacenamiento de datos que fueron emergiendo desde mediados de los años setenta. De verdad que vale la pena echarle una mirada a este capítulo (y a seguir adelante hasta la última página del libro, porque es una joya).

 

Pero lo que en ese momento era visto como un resultado de la innovación desde el punto de vista tecnológico se fue convirtiendo, sin que nos diéramos cuenta, en el objetivo de muchas iniciativas hasta llegar a ser, en algunos casos, el rasero con el que se toman las decisiones de priorización y destinación de recursos.

 

Creo que en ese momento se nos empezó a enredar la pita, como decían nuestras tías abuelas, porque poner el énfasis en buscar disrupciones es algo parecido a quien piensa que encontrará su felicidad en el momento en el que haga una maestría, o en el momento en el que conozca Disney World, o en el momento en el que se case (o se divorcie).

 

Veamos por qué digo que se nos empezó a enredar la pita.

 

Primero que todo, cuando el objetivo es “generar una disrupción” muchas veces caemos en la trampa de buscar la espectacularidad de un concepto en lugar de solucionar un problema. En esos casos los esfuerzos de los equipos de innovación se centran más en pulir y pulir casos de negocio hipotéticos para que cuando se presenten ante un comité directivo parezcan dignos de ser patrocinados e implementados.

 

El problema de los casos de negocio hipotéticos es que, mientras más estrambóticos y fuera de lo común se hacen más y más difíciles de hacerse realidad, porque las organizaciones no cuentan con las capacidades para hacerlos realidad y se quedan guardados en anaqueles o en cementerios de prototipos que después de un tiempo nadie mira ni para sacudirles el polvo.

 

Además se nos enredó la pita porque algunos comités directivos empezaron a darle la bendición a algunos de esos conceptos estrambóticos, no porque tuvieran el potencial de generar y capturar valor, sino porque tienen la capacidad de descrestar. Así que en algún momento más oscuro que la Edad Media algunos miembros de comités directivos empezaron a pensar que una iniciativa es innovadora porque los dejó con la boca abierta. Quizá eso pase porque algunos de ellos aún no han leído ni la primera página del libro de Christensen.

 

La innovación es un resultado, así como la disrupción y el impacto. Y creer que una iniciativa fuera de lo común que aún no se ha implementado es innovadora es, probablemente, una causa de ansiedad organizacional. Y la ansiedad es uno de los trastornos psicológicos que más está afectando al humano de hoy.

 

Hace algunos años Gonzalo Toro, ex Vicepresidente de la Banca Corporativa y de Gobierno de Bancolombia, me dijo algo que quiero traer acá: “Ninguna industria ni ningún cliente necesita que los descrestemos. Ellos necesitan soluciones”. Y creo que esa frase reúne lo que deberíamos buscar quienes trabajamos en innovación para pasar del dicho al hecho de una forma más rápida e impactante para el desarrollo de nuestro país.

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